NUESTROS PUEBLOS Y CIUDADES .



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Autor Tema: NUESTROS PUEBLOS Y CIUDADES  (Leído 250187 veces)

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« Respuesta #6930 en: 27 de Febrero de 2023, 09:21:19 09:21 »

Torres de Albanchez

Torres de Albanchez es una localidad y municipio español de la provincia de Jaén, en la comunidad autónoma de Andalucía, situado en la comarca de la Sierra de Segura, en el extremo nordeste de la provincia.

Situado a una distancia de 155 kilómetros de la capital de provincia y con una superficie de 65 km²; tiene una población de 758 habitantes (2022), con una densidad de población de 12,71 hab./km².

Ubicado a una altitud de 880 msnm, sus coordenadas geográficas son: 38°24′54″N 2°40′38″O.

Símbolos

Escudo
La descripción del escudo municipal es la siguiente:

En el campo de oro, una cruz de Santiago, de gules, acompañada a diestra y siniestra, por una torre, de plata, almenada y esclarecida. Contorno hispano-francés y timbre de corona de infante.

La cruz de la Orden de Santiago es un elemento muy habitual en la heráldica municipal de la comarca, pues buena parte de ella perteneció a dicha Orden de caballería, incluida Torres de Albanchez, que es conquistada a los musulmanes el 1 de mayo de 1235, haciéndose donación por parte de Fernando III del lugar y su castillo a la Orden, Encomienda de Segura de la Sierra. En cuanto a las dos torres, hacen referencia al propio topónimo de la localidad y al hecho de que existieron dos castillos. Uno, llamado de la Yedra, es el más antiguo y corona el cerro en cuya ladera meridional se asienta el actual núcleo de población. En torno al mismo se han documentado restos y estructuras de un poblado que se remontan al Calcolítico o Edad del Cobre (III milenio a. C.). Con intermitencias, este poblado y su castillo se mantendrán hasta época islámica y es la plaza que conquistan los cristianos en 1235. Pasado un tiempo (s. XIV), la Orden de Santiago decide trasladar la población a una cota más baja, buscando un lugar de acceso más cómodo. Se construye una poderosa torre rodeada de muralla a mitad de ladera que dará origen a un nuevo núcleo de población (Torres de Albanchez), abandonándose el de la cima del cerro.

Estas armas debieron de adoptarse por el Ayuntamiento en una fecha tardía, quizás ya en el siglo XX, pues en la colección sigilográfica del Archivo Histórico Nacional figura un sello heráldico municipal del año 1876 en el que se utiliza el escudo simplificado de la monarquía.

Historia
La información que tenemos sobre el término municipal sitúa la primera ocupación de la zona en torno al III milenio antes de nuestra era, durante la etapa conocida como Calcolítico o Edad del Cobre. A ese momento corresponde la primera ocupación del Castillo de Torres de Albanchez, donde han aparecido materiales cerámicos y útiles líticos que se podrían adscribir a este periodo.

No podemos olvidar que en estos momentos, hacia mediados del III milenio a.n.e., se va a producir la consolidación de la agricultura, que llevará aparejada la intensificación de la producción, y con ello un aumento del número de asentamientos que irán ocupando nuevas tierras. Junto a esto, se va a producir un desarrollo de la minería y de la metalurgia del cobre. La demanda de mineral o de productos manufacturados es un fenómeno generalizado a partir de este periodo en todo el Alto Guadalquivir. La localización de este tipo de producciones en zonas alejadas de los centros mineros nos está indicando un marco de relación entre los asentamientos, al mismo tiempo que nos lleva a hablar de especialización y jerarquización de los poblados.

Son esas mismas circunstancias las que llevan a una potenciación de las vías de comunicación. Este hecho es, quizás, el que puede explicar todo el poblamiento que nos vamos a encontrar en esta zona a partir de esos momentos, pues aquí se sitúa una de las vías de comunicación hacia el Levante y la Meseta.

Para la Edad del Bronce, ya en el II milenio antes de nuestra era, conocemos asentamientos como El Golillo o Cerro Mahón. Estos sitios, junto a otros localizados en esta zona pero en términos municipales vecinos, parecen mostrar un modelo de ocupación del territorio y de patrón de asentamiento claramente definido, centrado básicamente en el control de los pasos principales y secundarios de la vía del río Guadalimar. Se trata de pequeños asentamientos, situados en lugares elevados y con un claro control visual. Aparecen siempre fortificados, generalmente con una torre, a veces dos, en posición central o desplazada lateralmente. Casi con toda seguridad podríamos atribuirles una función de control estratégico.

Desde que éstos se abandonan, en el último cuarto del II milenio, no tenemos documentada ocupación en el término hasta bastante tiempo después, ya en la segunda mitad del I milenio antes de nuestra era, con el desarrollo de la Cultura Ibérica. Durante el Ibérico Pleno, sobre todo desde finales del siglo V y el siglo IV, se observa, al igual que pasa en otras zonas como la Vega del Guadalquivir y las campiñas, una reestructuración en el territorio que se caracterizará por la existencia de los “oppida”, asentamientos fortificados, que serán las unidades políticas de clientela en las que un aristócrata ejerce su poder.

Aunque no está en este término municipal, sí tenemos que citar un “oppidum” de gran tamaño como es el Castillo de Bujalamé, ocupado desde los momentos más antiguos del mundo ibérico y con el que guarda relación sin duda, ya en el ibérico pleno, un fortín estratégicamente ubicado que reocupa el antiguo asentamiento de la Edad del Cobre del Castillo de Torres de Albanchez, con una altitud de 450 metros. Se constata en este lugar la presencia de las típicas cerámicas con motivos geométricos en tonos rojos vinosos junto con el repertorio de formas de este momento.

Cabe plantearse si al no existir aquí grandes extensiones de tierra que favorezcan los cultivos extensivos cerealistas, la mayor parte de la población se aglutine en un solo “oppidum” en todo momento. Este mismo esquema de patrón de asentamiento se mantendrá en época tardía, no desapareciendo ningún sitio hasta la época romana, en la que de nuevo habrá cambios y aparecerán los asentamientos rurales del tipo “villae”.

Sobre el pasado islámico de Torres de Albanchez prácticamente no se conservan indicios, tan sólo que fue conquistada a los musulmanes el 1 de mayo de 1235, integrándose el lugar y su castillo dentro de las posesiones de la Encomienda de Segura, perteneciente a la Orden Militar de Santiago. Según las relaciones de don Francisco de León (1468) este núcleo estaba compuesto por un cortijo y “una fortaleza en la cuesta y derrocola el conde don Rodrigo Manrique”.

A pesar de ello, en las “Relaciones Topográficas” de Felipe II (1575), se recogen numerosos datos sobre este antiguo asentamiento, muy derruido, que era conocido como el Castillo de la Yedra, y “que es tan fuerte que si no es por puente levadizo no se podría subir a él, e que aunque está despoblado e sin edifiçios con gran dificultad se podría ganar por su aspereza”. Aún hoy conserva restos de muros de mampostería, estructuras defensivas y aljibes que fueron edificados en distintas épocas. Posiblemente el origen del mismo pueda relacionarse con el asentamiento de una comunidad hispanovisigoda, que tras abandonar las vegas del río Guadalimar entre los siglos V y VII, se estableció en este punto estratégico de la Sierra de Torres de Albanchez, definido por una orografía muy accidentada que facilitaba su defensa. Tras la conquista musulmana este asentamiento fue utilizado como castillo-refugio por los vecinos de diversas alquerías o aldeas que habitaban las tierras bajas del valle del Guadalimar. No obstante, una vez integrado en el señorío de la Orden de Santiago, entró en crisis, sobre todo al favorecer y potenciar la propia orden el desarrollo y el poblamiento de otro núcleo situado en una zona menos abrupta, el actual Torres de Albanchez, que inmediatamente fue dotado de una sólida fortaleza. En el año 1383 ya se aprecian los primeros indicios de su repoblación, otorgándole Segura una dehesa “por poblamiento del lugar o porque haya pobladores”, y la “Relación” de 1575 describe igualmente este proceso de despoblamiento del primitivo asentamiento y el traslado de su población a Torres de Albanchez.

Las defensas de este nuevo enclave de población consistieron exclusivamente en una pequeña fortaleza, construida sobre un promontorio rocoso. En la zona más elevada se alzó la torre del homenaje, utilizándose como defensa externa y basamento de dicha torre un pequeño recinto de planta irregular con cubos macizos ataludados en sus esquinas.

En el año 1478 Torres de Albanchez tenía arrendadas, junto con Génave, diversas cargas como los Diezmos, los Hornos, la Martiniega y el Yantar, y a finales del siglo XV contaba con aproximadamente 80 vecinos con sus familias, de los cuales dos eran “caballeros de cuantía”.

Fue a mediados del siglo XVI, concretamente en 1552, cuando Torres de Albanchez consigue la segregación de Segura de la Sierra, otorgándole Felipe II el título de villa. En este tiempo la villa nos aparece descrita como un lugar “poblado de gente labradora”, existiendo tan sólo “5 casas de hidalgo que contribuyen y pagan a su majestad”. En 1575 tuvo como comendador al duque de Feria, “quien se lleva los aprovechamientos de los diezmos” de una población caracterizada en estos momentos como de “gente pobre”, en su inmensa mayoría jornalera, y en la que apenas si destacaban los oficios. No obstante, y a pesar de todo, a finales de siglo la villa ya contaba con “dos alcaldes ordinarios y dos de hermandad”, puestos cada año por orden regia.

Esta situación durante el siglo XVI se complementaba con la presencia de una agricultura jalonada por terrenos de serranía, “a la vez montuosa y áspera”, en los que abundaba la leña, especialmente de pinos, carrascas y robles y “no tanto los frutos”. En las crónicas de la época, al referirse a Torres de Albanchez, se destaca “la tierra de poca labranza por ser tierra mísera” y en la que se cría todo género de ganado, y se remarca igualmente la tradicional carestía en la villa de “pan, vino y aceite”. Estas carestías se solventaban con la llegada de esos productos de diferentes zonas de “Andalucía, de Campo Montiel o de la Mancha”, lo que se explica por el hecho de que la dedicación más usual de los vecinos de Torres de Albanchez en estos años era la de arriero, o como se la denominaba por aquel entonces la del acarreo. La pobreza de unas gentes que habitaban en una tierra poco fértil explica en buena medida esta dedicación, lo que se traducía igualmente en la escasa población que vivía en la villa. En el reinado de Felipe II, a cuyas crónicas nos remitimos, contaba tan sólo con 250 vecinos, “existiendo antiguamente más, aunque pocos”, arguyéndose como razón de la relativa despoblación la “esterilidad del pueblo”.

Sin embargo, esta cifra de 250 vecinos para mediados del siglo XVI constituirá un cierto hito, ya que a mediados del siglo XIX se habla de la existencia en la localidad de tan sólo 115 vecinos (unas 429 personas). Ello nos lleva a pensar que, como en otros tantos casos, la fuerte depresión del siglo XVII se debió hacer notar largamente en una villa de pocos recursos propios, en la que a las carestías tradicionales se les sumaban ahora los periodos de hambre, epidemias y enfermedades que se sucedieron en dicha centuria, y que se agregaron a la sangría humana y fiscal que provocaba la política internacional de la monarquía española. Esta depresión debió también prolongarse en buena medida durante el siglo XVIII.

A mediados del siglo XIX la imagen de Torres de Albanchez se reducía a un pequeño municipio “situado en la falda meridional de la sierra de la Cumbre, al pie de un áspero cerro y rodeado de varias colinas coronadas de pinos que presentan hermosas vistas”, compuesto por noventa casas en las que residían unos 429 habitantes. Como antaño, el terreno seguía siendo en su práctica totalidad de “monte y pasto, con muchos pinos donceles, negros y carrascos, carrascas, enebros, lentiscos y romeros”. Estos terrenos, de escasa vocación agrícola, contrastaban, sin embargo, con la presencia en el valle de “tierra muy fértil”.

A partir de estas fechas Torres de Albanchez, al igual que el conjunto de municipios de su entorno, vivió una clara fase de expansión demográfica, llegando a contar a la altura de 1900 con 1.226 habitantes. La consolidación del régimen liberal decimonónico se materializó en el municipio en un notable incremento de su población, como consecuencia del fenómeno roturador y de agricolización que se produce en la villa a lo largo de estos años y que determinó un aumento de la superficie cultivada –fundamentalmente destinada a cereal–, eso sí, a costa de la reducción de la de pastos y monte.

Estas transformaciones en el ámbito productivo apenas tuvieron correlato en la esfera de los comportamientos sociales y políticos. En efecto, como en otros tantos casos, la implantación del liberalismo desde principios del XIX no trajo consigo modificaciones sustanciales: el continuismo de las élites locales y la pasividad institucional se instalaron en un escenario público dominado por la tradición y el caciquismo. Buena prueba de ello es la práctica ausencia de hechos notorios, desde el punto de vista político y social, en todo este periodo en Torres de Albanchez.

El crecimiento demográfico de la segunda mitad del siglo XIX se incrementó ostensiblemente en las primeras décadas del siglo XX, llegándose a alcanzar en 1940 la cifra de 2.626 habitantes. Además, de la mano de la crisis definitiva de la monarquía alfonsina y en el marco de la crisis que siguió a la finalización de la Primera Guerra Mundial, la movilización ciudadana y la materialización del conflicto social hicieron acto de presencia en la localidad. También, de la mano de todo lo anterior, la lucha política y partidista no tardó en llegar: si las emblemáticas elecciones municipales de abril de 1931 tuvieron como vencedores a la candidatura de los viejos monárquicos, la segunda vuelta de las legislativas de ese mismo año –ya en plena Segunda República– fueron ganadas por el PSOE; victoria socialista a la que siguieron las de la coalición política de las derechas tanto en las legislativas de 1933 como en las de 1936.

Esta participación política se ejercitó en un escenario jalonado por la crisis económica y el paro laboral, lo que propició una escalada en la tensión y en los enfrentamientos de clase, manifiestos éstos últimos de forma trágica en los actos de violencia y represión que se produjeron en la localidad tanto durante la Guerra Civil como en la inmediata posguerra. Con la finalización de la contienda y la instauración de la dictadura franquista se reinstauró de nuevo el orden rural de antaño, propiciando, sobre todo en la inmediata posguerra, un ostensible proceso de ruralización, materializado en Torres de Albanchez en el inicio de una larga etapa de emigración y decrecimiento poblacional.

Patrimonio

Histórico

Torre del Homenaje
En el centro del pueblo, junto a la iglesia y el ayuntamiento, se conserva una imponente Torre del Homenaje. Cuadrada, de casi doce metros de lado, está construida con mampostería careada en pequeñas hiladas y con las esquinas reforzadas por piezas de sillería dispuestas a soga y tizón, como era habitual en las construcciones militares de la Encomienda de Santiago en la primera mitad del siglo XIV. El recinto exterior, integrado por muralla y cuatro cubos macizos que protegen las esquinas, es un añadido del siglo XV pensando ya en las reformas que imponía el reciente perfeccionamiento de la artillería.

Interiormente su piedra está más cuidada y se estructura en tres pisos: en el más bajo hay un aljibe y en los superiores su planta se divide, mediante un muro central, en dos mitades cubiertas por bóvedas de cañón apuntadas y muy rebajadas. Se asciende a los sucesivos pisos a través de una escalera interior que va rodeando la torre. Es posible que tuviera una tercera planta de la que tan sólo se conservan algunos indicios.

Esta torre del homenaje del antiguo castillo fue declarada Bien de Interés Cultural en 1985.

Castillo de la Yedra
El primitivo emplazamiento de Torres de Albanchez no coincide con el actual, sino que se localiza en un montículo cercano defendido por el Castillo de la Yedra –ya derruido pero del que se conservan algunos vestigios–, que fue tempranamente conquistado por las tropas cristianas de Fernando III, quien lo cedió en 1235 a la Orden de Santiago.

Este antiguo asentamiento aún conserva restos de muros de mampostería, estructuras defensivas y aljibes, excavados en la misma roca, que fueron edificados en distintas épocas. Posiblemente el origen del mismo pueda relacionarse con el asentamiento de una comunidad hispanovisigoda, que tras abandonar las vegas del río Guadalimar entre los siglos V y VII, se estableció en este punto estratégico de la Sierra de Torres de Albanchez, definido por una orografía muy accidentada que facilitaba su defensa. Tras la conquista musulmana este asentamiento fue utilizado como castillo-refugio por los vecinos de diversas alquerías o aldeas que habitaban las tierras bajas del valle del Guadalimar. No obstante, una vez integrado en el señorío de la Orden de Santiago, entró en crisis, sobre todo al favorecer y potenciar la propia orden el desarrollo y el poblamiento de otro núcleo situado en una zona menos abrupta, el actual Torres de Albanchez, que inmediatamente fue dotado de una sólida fortaleza.

El Castillo de la Yedra fue declarado Bien de Interés Cultural en 1985.

Iglesia de Nuestra Señora de la Presentación
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Presentación, cuya fábrica se empezó a construir en el siglo XVI, se alza en la plaza pública del municipio. Su planta es rectangular, con una sola nave, dividida en cuatro tramos que cubren bóvedas de medio cañón con arcos pseudofajones. El coro está situado en alto, a los pies, protegido por una baranda de madera labrada. Un arco toral de medio punto indica el acceso a la sacristía, situada en el lado del Evangelio. La cabecera, de base cuadrada, se le añadió en el siglo XVII.

En su exterior domina la mampostería, salvo en los contrafuertes. La portada es obra de cantería del siglo XVI y abre con arco de medio punto con arquivoltas que apoyan sobre sálmeres y jambas despiezadas. Va enmarcada por estilizadas columnas sobre basamentos, coronadas por capiteles renacentistas, que sostienen una moldura que hace las funciones de cornisa y la separa del tejado. La torre, construida en el siglo XX, es lo menos valioso y no queda integrada en el conjunto del templo.

Arco del Mayorazgo
En Torres de Albanchez se han ido perdiendo paulatinamente mansiones señoriales de interés cultural como la llamada Casa del Mayorazgo, enclavada en un altozano en la calle San Clemente –hoy Virgen del Campo–, de la que se ha conservado su portada renacentista y herrajes característicos de la segunda mitad del siglo XVI. En su interior tenía una cueva con bóveda de cañón para refugio en momentos de peligro. La portada es adintelada, provista de zapatas con ménsulas roleadas en el intradós y tres espejos labrados con cueros apergaminados en el trasdós, uno de ellos con rostros barbados de perfil.


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« Respuesta #6931 en: 27 de Febrero de 2023, 09:21:59 09:21 »

continuación .... Torres de Albanchez

Natural
Cerro del Castillo
Enclave natural situado a 1.145 m de altura, desde el cual podremos disfrutar de impresionantes panorámicas del Parque Natural y del núcleo urbano. En la dehesa del Castillo podremos visitar la Fuente del Cerezo, un manantial natural de agua situado junto a unas cuevas prehistóricas.

Emplazamiento: Al norte del casco urbano, muy cerca del mismo, en pleno Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas.
Distancia: 2 km.
Medio: A pie.
Vía de acceso: Mediante un camino rural que conduce a la dehesa del Castillo.

Ermita de la Virgen del Campo
Situada a los pies del monte Picarzo (1.296 m), este enclave cuenta con una fuente natural de agua y es el punto de partida ideal para realizar itinerarios por el interior del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas.

Emplazamiento: Al norte de la localidad, muy cerca del límite con el término municipal de Génave.
Distancia: 5 km.
Medio: Vehículo turismo.
Vía de acceso: Por la carretera JV-7051 en dirección a Génave; recorridos unos 5 kilómetros nos encontraremos a la izquierda con la ermita.

Fuentefría
En esta aldea tendremos la oportunidad de contemplar bellas panorámicas del Parque Natural. Cerca del asentamiento podemos visitar la fuente de Fuenfría, un manantial de agua situado a los pies del monte de La Cuerda.

Emplazamiento: Al oeste de la localidad, en pleno Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas.
Distancia: 8 km.
Medio: En vehículo turismo y a pie.
Vía de acceso: Por la carretera JV-7051 en dirección a Génave; recorridos unos 3,5 kilómetros nos encontraremos con el desvío a la izquierda que conduce a Fuentefría.

Fiestas
Dentro de las peculiaridades del ciclo festivo de esta villa serrana, digno de ser citado es el festejo que se conoce como “El ocho de Torres”, nombre cuyo origen hay que buscarlo en la antigua tradición por la que cada 8 de mayo la Virgen del Campo era traída desde su ermita hasta la iglesia parroquial, donde habría de permanecer hasta el 8 de septiembre, día en que retornaba de nuevo a su ermita. Estos traslados de la Virgen fueron mudados de fecha en 1968, pasando al último domingo de mayo y al último domingo de agosto, respectivamente, para de esta manera facilitar la asistencia de los torreños ausentes en otras provincias. Por tanto, a finales de mayo se celebra una romería en honor de la Virgen del Campo, a quien se le profesa gran devoción en esta villa y en sus aldeas. Según cuenta una piadosa tradición fue un pastor de Torres de Albanchez quien encontró una talla de la Virgen en un abundante manantial conocido como Fuenfría y situado en el límite con la vecina Génave, villa a la que fue trasladada la imagen, volviendo a aparecer milagrosamente, una y otra vez, en el mismo lugar en el que la había encontrado el pastor. Esta circunstancia, que fue interpretada como una manifestación del deseo de la Virgen de permanecer en aquel lugar, motivó que se construyera allí una ermita para que se le rindiera culto.

En los primeros días de septiembre se celebran fiestas, también en honor de la Virgen del Campo, en las que son tradicionales los festejos taurinos, siguiendo la más pura tradición serrana.

La parroquia se encuentra bajo la advocación de Nuestra Señora de la Presentación, cuya fiesta religiosa se celebra el 21 de noviembre.

Del ciclo festivo agrícola perduran las lumbres para La Candelaria –el 2 de febrero–, fiesta en la que se conmemora la Purificación de María en el Templo de Jerusalén.

No menos importante es la costumbre que desde antaño tienen los torreños de salir al campo el día de San Marcos –el 25 de abril– para pedirle al santo que bendiga los campos y “espante al diablo”, viejo rito éste para que no se malogren las cosechas del año.
 
Gastronomía
Disfruta la gastronomía torreña de una peculiar cocina serrana que llama “ajo” a todo guiso en el que para elaborarlo se trituran o machacan sus ingredientes hasta que adquieran la textura y la apariencia de un puré, independientemente de que lleve ajo o no. Así habremos de encontrarnos con el “ajoatao”, preparado con patatas cocidas y trituradas, ligadas en el mortero con el aceite de oliva que da esta tierra, con huevos y unos ajos, y culminado con un poco de vinagre. El “ajoatao” suele tomarse o bien untado en unas rebanadas de pan frito, o como guarnición de las carnes a la brasa, como las incomparables chuletas del cordero serrano segureño. Otro ajo propio de la cocina serrana es el “ajoharina”, guiso muy antiguo de harina, patatas y un sofrito de hortalizas, espesado todo en una sartén, y que tiene sus orígenes como comida farinácea en los “pultes” de la época romana y en la “sajina” árabe. Existe otro ajo de la cocina torreña, el “ajopringue”, en el que se unen las dos grasas más representativas de la cocina serrana: el aceite de oliva y la grasa del cerdo. Su elaboración se lleva a cabo con el hígado del cerdo una vez cocido y triturado, que se adereza con abundante aceite de oliva frito, tomate, pimiento rojo, un picadillo de ajo y perejil, miga de pan desmoronada y especias como la pimienta, el clavo, el óregano, la matalahúva, el pimentón y el azafrán. Todo ello se cocina en una sartén, sin prisa y sin dejar de moverlo, hasta que el aceite sobrante quede flotando por encima de la pasta resultante. Este plato forma parte del ritual culinario de la matanza del cerdo, de tan acusada raigambre en estas tierras serranas, pues con él se obsequiaba a todos los parientes y vecinos que eran invitados a ella cuando se hacían notar los primeros fríos que preludian el invierno. Otra de las viandas que se elaboran con los productos del cerdo es el “lomo de orza”, el cual, ya sea conservado en aceite de oliva o en manteca, habrá de estar presente durante todo el año en las mesas de los torreños.

De la cocina de diario eran antaño insustituibles entre los labriegos las “migas con torreznos y chorizos”, y de la tradición pastoril han llegado hasta nosotros los guisos hechos con la carne de la autóctona oveja segureña, entre los que sobresalen el “cordero en ajillo pastor”, la “caldereta pastora” o el muy extendido “cordero en ajo cabañil”, que es compartido con otros lugares de tradición pastoril.

En los días de la Semana Santa es imprescindible el “potaje de garbanzos” y para esos días de vigilia también se preparan los “roscos fritos” y las “flores”, ya sean con azúcar o con miel. Para la noche de Todos los Santos, fecha en que se recuerda a las Ánimas, se habrán de hacer las tradicionales “gachas dulces con tostones”, acompañadas de leche o de miel.

Gentilicio:   torreño, -ña
Patrón:     San Clemente
Patrona:   Ntra Sra del Campo



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« Respuesta #6943 en: 27 de Febrero de 2023, 09:31:45 09:31 »


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Re:NUESTROS PUEBLOS Y CIUDADES
« Respuesta #6944 en: 03 de Marzo de 2023, 07:40:01 07:40 »

Úbeda

Úbeda es una ciudad y municipio español de la provincia de Jaén, capital de la comarca de La Loma, en la comunidad autónoma de Andalucía.

Situado a una altitud de 729 msnm y a una distancia de 56 kilómetros de la capital de provincia. Tiene una población de 34.062 habitantes (2022), con una superficie de 410,47 km²; su densidad de población es de 84,62 hab./km². Su ubicación geográfica es 38°00′42″N 3°22′18″O.

La ciudad, fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco el 3 de julio de 2003, debido a la calidad y buena conservación de sus numerosos edificios renacentistas y de su singular entorno urbanístico.

Su riqueza de hoy corresponde a su esplendor antiguo. Úbeda vive principalmente del sector terciario, el comercio y la administración, que ocupan el 49 % de la población activa. Pero además el peso de la agricultura ocupa a más de un 50 % de la población, siendo el centro neurálgico del olivar y de la producción aceitera, siendo uno de los mayores productores y envasadores de aceite de oliva de la provincia de Jaén, piedra angular de toda su economía.

Toponimia
Por su ancestral historia, el origen etimológico del topónimo Úbeda conduce a pensar en su significado en alguna lengua paleohispánica, concretamente la que corresponde a la cultura oretana. Al existir documentación sobre la ciclópea «Torre de Ibiut» asumimos que de esta milenaria construcción defensiva en la Loma, surgió la ciudad y el topónimo. Después el tiempo corrompió el topónimo hasta llegar a Bahud, Betul, Betulon, Betula, Ebdete, Idubea, Obdah, Ubadzza y por fin castellanizando como Vbeda.

Símbolos

Escudo

En campo de gules, una corona real de oro y doce leones rampantes en gules en bordura de plata. Al timbre, corona real cerrada. El escudo fue concedido por Enrique III de Castilla el 12 de agosto de 1369 y en él se hace referencia mediante los doce leones a los caballeros ubetenses presentes frente a las murallas de Algeciras durante el sitio establecido entre 1342 y 1344 por Alfonso XI.

Bandera
Tal como aparece en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, la bandera de Úbeda consiste en un: «Paño rectangular, de proporción entre anchura y longitud de 3 a 5 metros, en color granate con el escudo de la ciudad centrado verticalmente y desplazado en la horizontal a una distancia de la vaina equivalente a 2/3 del ancho de la bandera. El tamaño del escudo será equivalente a dos quintos de la anchura del paño».

Historia

Origen
La leyenda dice que Úbeda fue fundada por Túbal, un descendiente de Noé. Del mítico torreón del rey Ibiut derivaría el nombre de la ciudad.

Si nos restringimos a la arqueología, los primeros asentamientos en Úbeda se remontan a la Edad del Cobre, en el actual Cerro del Alcázar. De hecho, las últimas investigaciones arqueológicas han arrojado seis mil años de antigüedad; Úbeda es la «ciudad más vieja —científicamente documentada— de Europa occidental». Lo asegura el equipo dirigido por el catedrático Francisco Nocete a la luz de los resultados que han arrojado 35 dataciones de Carbono-14 en el yacimiento de las Eras del Alcázar.

Existen restos calcolíticos, argáricos, oretanos, visigodos y tardorromanos, en el solar actual donde se asienta. A su vez había con anterioridad un importante oppidum ibero de población autóctono, llamado Iltiraka en lengua íbera, y después dependiente de la colonia romana de Salaria, es conocido como Úbeda la Vieja —o Ubeda Vethula—, estando situado frente a la desembocadura del río Jandulilla en el Guadalquivir. En busca de intercambios llegan a Úbeda los griegos y más tarde los cartagineses con propósitos imperialistas, siendo vencidos por los romanos tras largas guerras.

Bajo el imperio romano, a partir de la batalla de Ilipa en 206 a. C., la antigua ciudad-estado íbera se romaniza, ya sería conocida como la Betula —Baetula—, siendo el centro de numerosa población diseminada. En tiempos de godos, los vándalos destruyeron la región al completo y sus moradores pasaron a concentrarse al sitio que hoy conocemos, llamado de Bétula Nova, por motivos más bien ignorados.

La ciudad como entidad con una cierta importancia reaparece con la llegada de los árabes, en particular con Abderramán II, quien la refunda con el nombre de Ubbada o Ubbadat Al-Arab —Úbeda «de los árabes»—, con la intención de controlar desde aquí a los revueltos mozárabes de Baeza. En el siglo XI es objeto de disputa entre los reinos de taifa de Almería, Granada, Toledo y Sevilla, hasta su conquista por los almorávides. Como ciudad musulmana, se rodeó de más murallas defensivas y se convirtió en una de las ciudades de mayor importancia de Al-Ándalus, debido a su artesanía y comercio. Así llegó a convertirse en un rico e importante bastión que poseer.

Edad Media
Durante el año 1091 el rey de Toledo, Al-Mamún, lucha contra la rebelión interna de los moros andalusíes siendo Úbeda rendida por la fuerza a manos de Alfonso VI. A partir del siglo XII los reyes castellanos aumentan progresivamente la presión sobre el Alto Guadalquivir y Úbeda solo es mencionada en las fuentes escritas como escenario de episodios bélicos, por ejemplo cuando la región fue objeto de los ataques de Alfonso VII de León, primero en 1137 y posteriormente en 1147, momento en el que se apoderó de Úbeda, Baeza y Almería. Durante diez años la ciudad permaneció en manos de los castellanos, hasta que la contraofensiva almohade les obligó a retirarse en 1157. Reconquistada y devastada por Alfonso VIII tras la batalla de las Navas de Tolosa y la batalla de Úbeda, es perdida al poco tiempo. Entretanto la ciudad es saqueada y arrasada en varias ocasiones más, siendo definitivamente su población masacrada por los cruzados en la batalla de 1212.

En el año 1233, Úbeda es definitivamente conquistada por Fernando III de Castilla tras seis meses de largo asedio, convirtiéndose en ciudad realenga y titular de un arciprestazgo:

«...Fernando III desde Toledo se dirigió con su ejército contra Úbeda, ciudad que por la situación entre Muhammad ibn Hûd y Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr ibn al-Ahmar no recibía socorro. Puso sitio a la misma el 6 de enero de 1233. Cuando los defensores de la ciudad se convencieron de que no tenían posibilidad de abastecimiento ni ayuda; capitularon, saliendo salva su población con los bienes que pudieron llevar, bajo protección cristiana hasta la ciudad musulmana a que quisiesen ir...»
Ramón Menéndez Pidal

Un hecho destacable es que la toma de Úbeda se realizó mediante capitulación, evitando una nueva matanza y posibilitando la coexistencia de distintas etnias que formaban una población de varias culturas (árabe, judía y cristiana). Durante más de dos siglos la ciudad participa activamente en la lucha contra los musulmanes, gozando de amplia autonomía en su gobierno local, regido por el Concejo apoyado por la veinticuatría.

Factor decisivo en este período es su importante valor geoestratégico. Durante casi tres siglos fue población fronteriza, primero de avanzada y luego muy cercana a la frontera entre los reinos de Granada y Castilla. Este hecho determina que los sucesivos reyes castellanos le otorguen numerosos privilegios y concesiones, como el Fuero de Cuenca, para favorecer la fijación de una población, formada por castellanos y navarro-aragoneses, que permanezca frente a circunstancias de vida adversas propias de una zona fronteriza. Así llegó a ser una de las cuatro «ciudades mayores de la reconquista de el Andalucía».

Episodios como el de 1368, en el que la ciudad es asolada con motivo de la guerra civil entre Pedro I de Castilla y Enrique II de Trastámara, y el posterior saqueo de Pero Gil y los ejércitos de Muhammed V de Granada avivó la rivalidad entre los bandos locales, Traperas contra Arandas primero, luego Cuevas contra Molinas y Moyas contra Padillas, tiñen de sangre su historia hasta las postrimerías del siglo XV. De hecho dieron lugar a que, a semejanza de lo ocurrido en Baeza, las murallas y torres del alcázar fuesen demolidas en 1506 por orden real, a fin de poner paz entre dichos bandos.

La provincia de la jurisdicción de Úbeda se extendía desde Torres de Acún (Granada) hasta Santisteban del Puerto, pasando por Albánchez de Úbeda, Huesa y Canena, y a mitad del siglo xvi también incluía en su partido jurisdiccional a las villas de Cabra del Santo Cristo, Jimena, Quesada, Peal, Sabiote y Torreperogil.

Esplendor
Este cúmulo de factores —situación geográfica y consiguiente dominio de vías de comunicación, su extensa y rica jurisdicción, gran alfoz y presencia de una nobleza cada vez más poderosa— sentó las bases a lo largo de los siglos XIV y XV del esplendor de la Úbeda del siglo xvi. Al finalizar la conquista de Granada, asistimos a un desarrollo económico de la ciudad basado en la agricultura y en una importante ganadería caballar y mesta propia, que fundamenta el periodo de mayor esplendor de la ciudad, siendo muy importante la roturación de bosques y puesta en valor de nuevas tierras. La paz y el desarrollo económico lleva consigo un aumento demográfico, alcanzando la ciudad una población de 18.000 habitantes, siendo una de las más populosas de toda España. Comenzando con Ruy López Dávalos, Condestable de Castilla con Enrique III y Beltrán de la Cueva, valido de Enrique IV, sus nobles encuentran acomodo en altos cargos de la administración imperial.

Tras la nobleza ubetense, y las órdenes de caballería, el siguiente gran estamento privilegiado es el clero. La diócesis de Jaén es enormemente rica, su mitra, posiblemente, fuera una de las más ricas de España, y el clero ubetense tenía altos cargos en ella. También hallamos un colectivo de vecinos que han prosperado —judíos o muladíes mayormente— y que genéricamente hubieran sido el germen de una incipiente burguesía. Se trata de profesionales, tales como médicos, sastres, escribanos, boticarios y, naturalmente, un estimable número de mercaderes ricos. Más abajo, existía todo un variado repertorio gremial propio de un núcleo de población rico y expansivo, mención especial al gremio de los pastores y ganaderos. El ejército y la milicia cerraban este grueso estamento. El tercer estamento era un número vasto de labriegos de las tierras de los nobles y pequeños campesinos.

Especialmente destacable es el papel de Francisco de los Cobos, secretario del emperador Carlos V. Con él entra el gusto por el arte en Úbeda, y como si fuera una pequeña corte italiana, de manos del arquitecto Andrés de Vandelvira y sus seguidores, Úbeda se llena de palacios. Su sobrino, Juan Vázquez de Molina, secretario de Estado de Carlos I, y de su hijo, Felipe II, continúa lo iniciado. En toda Úbeda arraigan fuerte las corrientes humanistas del Primer Renacimiento.

En 1526 el emperador Carlos visita la ciudad y jura guardar los privilegios, fueros y mercedes concedidas a Úbeda.

Declive
Los siglos XVII y XVIII son de decadencia para la ciudad, inmersa en la crisis general de España, que ve cómo su pasado esplendor se apaga. La falta de una política proteccionista para la artesanía, las importaciones de la lana de Burgos, la subida de los precios por las malas cosechas, la injusta presión fiscal para las guerras, la corrupción, el poder del Clero, el proceso inflacionista por abundancia de metales, las continuas levas militares, las epidemias, y la emigración a Indias son algunos de los factores que contribuyeron a esa merma. Úbeda perdió hasta el control del tráfico de madera de los robles y pinos del Segura, en favor de comerciantes sevillanos. Todo ello va descapitalizando a la ciudad, agudizando las diferencias sociales e incrementando la miseria de la mayoría. Algunas fechas de los desastres que asolaron la ciudad en esta etapa fueron las pestes de 1585 y 1681 y el terremoto de Lisboa de 1755, que quebranta bastantes casas de la ciudad. Para rematar, la persecución de los cristianos nuevos y la expulsión de los moriscos en 1609 va a ser seriamente lamentado por el Concejo, por el impacto económico al perder su más valioso tejido económico.

La cruda decadencia se hace manifiesta a partir de 1700 con la larga Guerra de Sucesión. Los vecinos de Úbeda vivirán la Guerra de Sucesión con intensidad creciente. Sus aportaciones en caballos, armas, municiones, dinero o tropas son continuas, resultando difícil en ocasiones comprender de dónde provienen tales fuerzas en un pueblo debilitado por el hambre y la enfermedad. Tal fue la presión impositiva y la injusticia al quedar exentas las clases poderosas, que la población hambrienta se amotinó el 19 de marzo de 1706, contra los cobradores de las rentas reales. Como consecuencia de la guerra, Úbeda se empobreció en extremo y aumentó la conflictividad a límites desconocidos. El concejo tuvo que vender sus mejores fincas de propios para afrontar urgentes pagos de milicias. Sin duda hubo recesión demográfica, al coincidir la guerra con crisis de hambre y enfermedades generalizadas. En estos años, muchas villas de su territorio se independizan. Se puede concluir, que Úbeda sufre uno de los peores momentos de su historia, solo tocando fondo hacia 1735. Pero el mal en Úbeda y otros lugares estaba hecho, y era difícil dar marcha atrás al reloj de la Historia.

Posteriormente, con la guerra de la independencia española, durante la que los franceses permanecen entre 1810 y 1813 en la ciudad, se trunca la recuperación, las penalidades vuelven, se ocasionan saqueos y grandes perjuicios económicos. La situación llevó a Úbeda a un estado de "ruina económica", que la había conducido a extremos tales como la absoluta carencia de ganados para laborear el campo, de semillas para efectuar la siembra y aún de los medios más precisos para la subsistencia de la población.

Las desamortizaciones eclesiásticas de 1820 y 1836, supondrían que todos los conventos de la ciudad —con excepción de Santa Clara y las Carmelitas— fueran expropiados y vendidos en subasta pública. Ello significaría la total transformación de espacios urbanos de la ciudad, cambiando de uso algunos de estos edificios para albergar colegios, cuarteles, cárceles, etcétera y, en el peor de los casos, que fueran demolidos sus viejos inmuebles por amenaza de ruina. En suma, la ciudad vuelve a recuperarse hasta finales del siglo XIX; es cuando comenzó a experimentar un pequeño resurgir con la mejora en avances técnicos, que llegan con retraso a la ciudad, que sigue siendo un medio rural no afectado apenas por la revolución industrial y cada vez más alejado de los centros de poder.

Úbeda continúa una larga existencia anodina, y sus palacios ya vacíos de lujos, permanecen abandonados.

Recuperación
Quedaban aún por sufrir los efectos de las guerras carlistas y las sucesivas revoluciones liberales que convulsionaron la vida de la ciudad. Las bases del liberalismo en Úbeda se basan en el predominio en la política de los grandes propietarios agrarios, y se instaura el caciquismo y el falseamiento electoral. A finales del siglo XIX la pequeña burguesía con algunos terratenientes ubetenses hacen renacer la actividad en la ciudad gracias a la agricultura y la industria. Durante la década de 1920, la retórica regeneracionista, cuya ambiciosa idea era lanzar a Úbeda a un nuevo Renacimiento, pone en práctica numerosos proyectos de reformas y mejoras en la ciudad. En estos años, se extiende la educación y los servicios básicos. Fue también en esta época cuando empezaron las obras de la línea ferroviaria Baeza-Utiel, que habría llevado el ferrocarril a Úbeda y habría supuesto una importante conexión por ferrocarril con el Levante. Las obras de la ferrocarril, sin embargo, se alargaron durante tres décadas y la línea sería finalmente abandonada hacia 1964, cuando su construcción se encontraba ya muy avanzada. Por esta época fue también muy destacada la actividad del general Leopoldo Saro Marín, que aunque no era jienense, estaba emparentado con la provincia y con Úbeda por vínculos familiares. Además del nonato ferrocarril, la influencia del general Saro facilitó la construcción de la Biblioteca municipal, el Parador de Turismo, la Escuela de Artes y Oficios o la reconstrucción de la Casa de las Torres.

Úbeda llegó a contar con un periódico diario editado en la localidad, La Provincia, entre 1921 y 1936.

Durante la Guerra civil, la violencia, represión y venganza política sumieron a Úbeda en una larga fase de depresión. La ciudad no fue frente de guerra, pero sufrió las sacas de presos de uno y otro bando. Así, empezó en la noche del 30 al 31 de julio de 1936, cuando las milicias republicanas sacaron a los presos políticos que, en número de 47 se encontraban en la cárcel de Partido, y los asesinaron. La posguerra es aún recordada por sus contemporáneos como «los años del hambre».

Durante los años 60 y 70 la industria local tiene un fuerte repunte gracias al tirón desarrollista, pero insuficiente para absorber el fuerte incremento de población, avocada a la emigración. Lentamente, la que fue «la Florencia de la Alta Andalucía», va a ir alcanzando el lugar actual como referente provincial, cabecera de la comarca y como un centro de industria y servicios a nivel regional de importancia creciente.

El 3 de julio de 2003 es nombrada, Patrimonio de la Humanidad.

Cerros de Úbeda
El popular dicho de irse o «andarse por los cerros de Úbeda» tiene su origen en la reconquista a los almohades de la ciudad jiennense de Úbeda, acontecida en 1233.

Parece ser que uno de los más importantes capitanes del rey Fernando III «el Santo», el tal Álvar Fáñez —alias «el Mozo»—, desapareció instantes antes de entrar en combate y se presentó en la ciudad una vez que esta había sido reconquistada. Al preguntarle el rey dónde había estado, el otro, ni corto ni perezoso, contestó que se había perdido por los cerros de Úbeda. La frase fue tomada irónicamente por los cortesanos, pues los cerros de Úbeda, aunque tienen entidad, no son suficientemente grandes como para justificar el extravío de los soldados y se perpetuó como signo de cobardía.

Actualmente se usa cuando alguien interviene en una conversación con algo que no tiene nada que ver con lo que se está hablando. Otra versión del mismo hecho cuenta que Álvar Fáñez se había enamorado de una mora, y por eso faltó al ataque, al estar citado a la misma hora con su enamorada.

 


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